«Freak Angels»

El día que volví de Barcelona se daba la coincidencia de que era también el quinto cumpleaños de mi hija la mayor (a la que, por privacidad y siguiendo sus propias indicaciónes, me referiré en adelante como «Superheroína A») y unos días antes me vi en la obligación de invitar a algunos de sus amiguitos del cole al natalicio.

Resulta que en el colegio está prohibidísimo (so pena de reprobación) que los niños repartan invitaciones en clase, para evitar herir los sentimientos de los excluidos. Así que los padres tenemos que hacer intercambio de las mismas durante los breves momentos en que coincidimos, a la entrega o recogida de las criaturas.

Claro, debido a mi incompetencia social y desinterés por las cosas mundanas, me encontraba en la tesitura de localizar a los padres de los cinco niños (de entre una veintena) seleccionados por Superheroína A y la madre que la trajo, sin tener idea de la más mínima correspondencia paterno-filial.

Pregunto a los niños en cuestión por sus padres, los demás se huelen algo, entrego algunas de las invitaciones, con los nervios se me ve el plumero y de pronto tengo un corrillo de una veintena de alevines pidiéndome su invitación. Me zafo diciéndoles que no, que se la tengo que dar a sus papás. Una vez repartidas las cinco tarjetas y con los niños ya en la formación de a uno con la que les obligan a entrar, oigo como una niña le pregunta a su mamá si tiene su invitación y ésta le dice que no. La niña se echa a llorar y jura que no va a invitar a Superheroína A a su próximo cumpleaños, ni tampoco a ese otro niño que no la invitó en su día y al que, por privacidad y claridad expositiva, me referiré como «El Siguiente de la Fila (Escuchándolo Todo)».

Se pegaron. Todavía pesa sobre mi conciencia.

Situaciones así llevo viviéndolas toda la vida. Son lo que me convierte en eso que llaman «un friqui», aunque yo prefiero otros términos e imagino que en algún momento los epecificaré. Lo soy, no porque me guste la literatura de evasión (ilustrada o no) sino al contrario, necesito evadirme a través de esas ficciones porque lo soy. Ni tampoco me define como tal que me gusten los juegos, especialmente los de rol, pero es que me resulta mucho más fácil relacionarme en el contexto de una realidad inocua modelada matemáticamente.

Y, a lo que íbamos, no puede dejar de gustarme la serie «Freak Angels», de Warren Ellis y Paul Duffield. Porque los protagonistas son unos inadaptados, pero a causa de sus poderes. Porque en su mundo postapocalíptico solo se tienen los unos a los otros (de una forma bastante perversa en la mayor parte de los casos), aunque se hayan convertido en salvaguarda del último reducto de civilización y cuiden de los supervivientes. Más todavía porque ese fin del mundo fundacional lo han causado ellos. Y por encima de todo, porque desde el principio se sugiere la existencia de un antagonista al que se vieron obligados a desterrar de su grupo por demasiado poderoso y demasiado cabrón. Y esto último lo tuvieron que hacer los mismos que provocaron el Apocalipsis.

Seis tomos en rústica, de los que Glénat ha publicado ya los dos primeros.

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