He tenido esto inactivo una temporada como parte de mi estrategia de fidelización à la George R. R. Martin, pero mi/s lector/es más fiel/es habrá/n podido seguirme en el flamante foro de juegos aledaño, donde sí que me he prodigado bastante como buen Site Admin que soy.
El engendro, por cierto, está funcionando como un tiro con varias sesiones semanales de juegos de rol y tablero, pero ninguna timba de naipes coleccionables tipo Magic: The Gathering. No me gustan por mayoritarias y fantaseo con la posibilidad de regalar en plaza pública todas las cartas que tengo a la venta, para devaluarlas.
Pero, ay, el rol. El rol es un bumerán y se mantiene incólume al paso del tiempo. Ni desaparece, ni se convierte en tendencia. Siempre marginal, siempre estigmatizante, qué bonico que es. Para ilustrarlo valga la transcripción del siguiente diálogo con mi Madre, esta misma mañana:
-Bueno y, ¿qué haces este fin de semana, – ejem – Hobbyton?
– Pues, aparte de abrir la librería el sábado por la mañana, como siempre, también vengo el domingo por la tarde porque hay partida de rol…
– Pero, ¿eso es legal?
Así seguimos, con cuarenta añazos que me dispongo a cumplir, desde que la buena mujer me tirase a la basura todos los manuales contemporáneamente al caso del «asesino del rol.»
Que por cierto, se me ocurre que podría resultar disuasorio para ulteriores criminales en potencia, que las fuerzas de seguridad del Estado y mass media desistiesen de utilizar una nomenclatura con tanto empaque para estos casos. Que luego así pasa, que hasta se dan casos de niñas pavas escribiéndoles cartas de amor al trullo. Si se empezasen a utilizar apodos del estilo de, por poner un ejemplo, «el asesino del micropene», pues lo mismo al acordarse a alguno se le bajaba el calentón en el momento oportuno. El mismo «caso Brugal», en un orden distinto, no sentaría un precedente tan sugerente para según que tipo de individuos, si se le llamase «caso Ballentine´s con Red Bull», que suena como más de botellón.
Ya que estamos y a colación del primer párrafo, tengo también un consejo para las futuras generaciones de libreros, basada en mi corta pero intensa experiencia en el gremio: empezad jóvenes y abrid una librería especializada en «Canción de Hielo y Fuego», con secciones específicas para distintas ediciones de «Juego de tronos», «Choque de reyes», » Tormenta de espadas», «Festín de cuervos» y una de literatura en lengua extranjera exclusivamente para «Dance with Dragons». No os preocupéis por la importación de este último, que hasta el distribuidor más convencional está trayéndolo ya en su edición británica de Harper Collins. Y todavía quedan dos más por publicar, por lo visto.
De-li-ran-te. En el momento en que escribo esto, llamas a tus proveedores habituales y les pides «Choque de Reyes» y se oyen risitas de fondo. Uno de los comerciales con los que hablo habitualmente, muy majo, llegó a decirme «Pero qué dices, si se agotó en tres horas… ¿Tú sabes lo que es vender libros a paletadas?».
Así que, aunque he empezado a leer por fin «Juego de tronos» y debo decir que es tan interesante que se deja leer perfectamente incluso sabiendo lo que va a pasar de antemano por la serie de HBO, tomo en este mismo instante la decisión de no leer más nada de la saga de Mr. George R. R. Martin. Por bestseller y porque la primera chavala de la que estuve perdidamente enamorado tenía la costumbre de decirme «qué raro eres» cada dos por tres. Y como jamás consumé el idilio con ella, se me ha quedado enquistada la tontería.