Ay, la primavera…

Anda la gente propensa a la ciclotimia estacional (o sea, todos) un poco inquieta últimamente, en lo venéreo. No yo, la gente. Así que me he decidido a traer a la librería alguna que otra obra de refuerzo para la sección esa que tengo en una estantería muy alta fuera del alcance de los niños.

Hay la clásica recopilación de una de las serializaciones eróticas de Manuel Carot (MAN) para la extinta revista Kiss Comix, titulada «Universitarias: A new life», con el mismo aire arrabalero catalán con el que el autor despuntó en «Saltando al vacío» y buena muestra del absoluto dominio que tiene Don Manuel de la anatomía y la erotodinámica. El emparejamiento de temas aparentemente inconexos tan habitual en MAN (Parkour y romance en «Saltando al vacío», anorexia y secuestros express en «Mía»…) provoca en ocasiones que la sordidez social del trasfondo le corte a uno el rollo en plena exaltación de Onán, pero he ahí lo bonito de la obra, precisamente.

También han llegado, como no, mangas japoneses de esos de los que te sorprenden con un cipote cuando menos te los esperas y sin venir a cuento, pero raramente ubico esa clase de material en la sección de cómic adulto porque, ya digo, tendría que revisar absolutamente todo lo que llega para que no se me pasase alguna sorpresita de esas. Y me aburre.

No, más allá de las excusas introductorias, la verdad es que esta entrada está dedicada más bien a reseñar específicamente una obra del francés Bastien Vivès (autor de «Polina», «Hollywood Jan», «Amistad estrecha»…), editado por Diábolo y titulada «Los melones de la ira».

Según le echaba un vistazo para su clasificación me iba enganchando, primero al dibujo así como impresionista del francés (bastante menos detallado que el de otras obras suyas) y luego a lo sugerente de la historia que relata. Estuve dudano todo el rato entre colocarlo directamente en la sección de «Adultos», por pornográfico, o simplemente ubicarlo en la de «Bande Desinee» (si, soy así de repelente) porque la verdad es que precisamente lo difuso del dibujo, el humor y la candidez con que se tratan las cuestiones más escabrosas, eliminan toda la sordidez consustancial al porno y lo convierten todo en un erotismo así, afrancesado, muy fino y como de fábula.

Luego, en lecturas posteriores, he llegado a la peregrina conclusión de que, bajo esa apariencia de cuentecito, se esconde precisamente una especie de ensayo sobre la frontera que separa erotismo de pornografía, de gran eficacia simbólica porque, presentando gran parte de los tópicos del porno duro desde ese enfoque inocente, los ridiculiza hasta tal punto que ya no puede uno hacer su rutinaria ronda de visitas a páginas web de esas, sin sentirse un poco tonto.

Resumiendo, que es una auténtica virguería, muy breve eso si, pero que conviene tener en la estantería porque su propia naturaleza la hace de relectura habitual. Yo mismo confieso que ya la he «releido» seis o siete veces, en distintas modalidades.

Ah, si. Al final la he puesto en la sección de «Adultos» pero eso, por adulta.

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